EL MIEDO Y LA LIBERTAD
Por Paco Gallardo
Saúl Jiménez Fortes en un grito de libertad
El miedo es la enfermedad más contagiosa. El toreo entre lo apolíneo y lo dionisíaco es
una compleja emoción. “El miedo embrutece y oprime” nos afirma el
pensador italiano Cesare Pavese. Intima sensación de escalofríos, angustias,
desgarramiento, el refrán nos dice que acrecienta el peligro, también que
guarda la viña. Difícil equilibrio.
La importancia del optimismo.
Alcanzar la comodidad dentro del miedo. El propio Belmonte nos afirmaba que los días de corrida crece
más la barba. Reconocerlo y conllevarlo: el previo al día de la corrida, antes
de ella, el escénico en el túnel de cuadrillas ante un público que espera. Y
después el desgarrador ante el toro. Del que sacar provecho, positivar energías
de la gran agitación que produce.
Hemingway afirma que “valor
es la gracia bajo presión”. Ante el
toro el miedo es una enfermedad mortal. Valor frente a miedo, inteligencia
frente a fuerza, gracia frente a tragedia, torero frente a toro.
El miedo lo ha de sentir también el público
como parte del toreo. Es la grandeza de
la corrida de toros, la importancia del toro. La importancia de su bravura, de
su poder y de su capacidad para poder vencer. El público es también
protagonista en el toreo.
El conocimiento puede
al miedo. Conocer al toro y conocer al miedo. Llegar a disfrutar ante la
sensación de miedo porque se tiene el resorte para vencerlo. La voluntad de
vencer. Gozar ante la posibilidad de apostar por del éxito y tener las
capacidades técnicas y anímicas necesarias para ello sin tener la certeza de
alcanzarlo.
Lo contrario es la
duda. Torero que duda, torero cogido, dice el adagio. La duda en el torero no es solo un error, es
una debilidad ante el toro. Decía el historiador Tito Livio, historiador
romano “el miedo ve las cosas peor de
lo que son”. Quien tiene miedo
tiene todo el miedo. En este caso el toro no tendrá miedo.
Raúl Galindo nos dice que “la conducta del toro es un líquido que
adopta la forma de la vasija que lo contiene, en este caso, el valor de su
lidiador. Si la vasija es pequeña reboza toro, con los vasija grande acostumbra
a sobrar torero”.
El desconocimiento del propio valor está dentro del laberinto subjetivo
que es el miedo. Al toreo se llega por afición, mediante ella se alcanza el
valor que quizás no se sabe que se tiene. Desde el conocimiento se puede
resolver, una vez objetivado el problema, resolverlo. Afición para tener la
voluntad de individualizar cada problema y resolverlo. El problema es un
aspecto del toro, no la subjetivación que el miedo nos proporcione de él.
Es de toreros que te coja el toro. En caso que existiera la lidia
segura, no es de torero apostar por ella.
Carecería de emoción. La apuesta es la esencia del toreo. La apuesta ante el
vértigo de lo desconocido. Los ingredientes deben de ser los necesarios para
poder emprender la empresa con éxito y a la par mantener el hilo de la
fragilidad de un arte tan precario, tan volátil y efímero como es la propia
vida.
Muchas veces es el miedo el medio de expresión, su superación palpable,
desde la fragilidad, la inseguridad, alcanzar con la voluntad y el gusto, el
pellizco y la posibilidad de creación. La
relatividad del valor hace que la afición sea el arma principal para poder
desarrollarlo. Nada más trasparente que un traje de luces.
Decía Antonio Ordóñez que para ser figura del toreo lo primero es saber
dormir en un coche de cuadrilla. Es evidente su comentario al control del
miedo. Saber vivir con el miedo, conocerlo y saberlo tratar. Belmonte nos lo
refiere como un compañero en las tardes de corrida, que no falta a su cita.
La rapidez de movimientos, la hiperactividad, la agitación es síntoma no ya de miedo, de pavor. La templanza y el reposo acostumbran a ir
juntos al valor, es desde la inteligencia, la concentración, la calma, el
aplomo y la serenidad desde donde nace el análisis ajustado y acertado y eso lo
permite la firmeza y la confianza, nunca, como hemos dicho, la duda.
No se trata de defenderse ante el toro. Igual que llamar el peligro para evitarlo, cuanto menos, es
perder el tiempo, para torear es necesario desprenderse del instinto defensivo.
Sin este abandono no existe el toreo. El toreo es el toreo bueno, lo otro es
otra cosa. En este concepto el toro no
puede ser contemplado como un enemigo. Torear con el ajuste máximo y a la
velocidad mínima que permita el toro, sin caer en la trampa de torear rápido
por torear limpio.
Pavese nos dice que “el único modo de salvarse del abismo es mirarlo,
y medirlo, y sondarlo y bajar a él” ese atrevimiento tiene correlación con
la definición de Hegel “Esclavo es el que no se atreve a morir”. Espronceda
en su canción del pirata se preguntaba "¿Qué es la vida? Si por perdida ya la
di cuando el yugo del esclavo como un bravo sacudí."
El mayor instinto que podemos encontrarnos en la naturaleza es el de
conservación de la vida. El valor es netamente humano. Es un producto de la
inteligencia, es desde el conocimiento donde se plantea la acción. El toreo
como expresión de una voluntad frente al mayor de los instintos es uno de los
mayores actos de libertad que puede representar el ser humano enarbolando los
valores que representa su existencia como tal.
El toreo como paradigma, como resorte de libertad y cenit de
creatividad ante la parálisis total no del miedo, sino ante la presencia de la
muerte, es modelo de virtud. Es un grito de autoafirmación frente a la
naturaleza y ante la propia naturaleza del ser. Ese grito individual del torero
es compartido por los que asisten y asienten en el rito de la corrida. Su desafío es el desafío de la humanidad ante
el abismo y ante los miedos de su existencia. El toreo es un referente
antropológico y actual del ser humano sin parangón.
Existen la ayudas al valor, decía Domingo Ortega que quien fuera capaz
de entrenar bien sería valiente. Ayudas al valor. Pero eso sería otro camino.