miércoles, 17 de octubre de 2018

AFICIÓN, AMIGOS. MERECIÓ LA PENA

AFICIÓN, AMIGOS. MERECIÓ LA PENA

Por José Ramón Cruz del Campo



Hay quienes afirman, resumiendo mucho, que los sentimientos surgen como resultado de comprobar cómo responde la realidad a nuestros deseos y proyectos. Yo formulé hace tiempo un deseo que proyecté convertir en realidad, quise aproximarme a un animal bravo buscando practicar con él una danza capaz de crear emoción y armonía estética en el marco de una extrema desigualdad. Comprobé pronto que eso no era nada sencillo, que quizás sea la tarea más difícil de las que se puedan emprender, pero no flaqueé en mi intento pese a que he coleccionado cardenales y moratones y, en más de una ocasión, he sabido lo que es volar por el aire. Alguna vez me han preguntado si eso no me daba miedo. Mi respuesta fue siempre que sí, pero que ese era uno de los principales estímulos: sentir miedo y transformarlo en momentos cuyo simple recuerdo me eriza la piel. No me cabe duda de que mereció la pena, pues mi sentimiento, ahora que por motivos de edad (en absoluto por pérdida de afición) lo dejo, es el de una enorme satisfacción. Me siento mejor persona que antes por haberlo hecho, pero no solo por eso.

La tarea que emprendí no se inicia matriculándose en ningún sitio o buscando un profesor que se anuncie para enseñar a torear, ni comprando la equipación en una tienda. Requiere entrar en un mundo no siempre fácil de conocer y, menos, de comprender visto desde el exterior. Allí te encuentras con gente muy especial con la que compartirás sentimientos excepcionales y experiencias asombrosamente excitantes. Han sido unos cuantos los años con ellos y me gustaría hacer mención de cada uno, pero quizá sea excesivamente largo para una simple nota de agradecimiento como esta. Me limitaré a nombrar a José Morente, por ser el colega de profesión y amigo que me introdujo, a los profesionales Fernando Cámara y Curro Vega, que con enorme generosidad y paciencia me han enseñado lo que era capaz de asimilar, a los que entregaron su tiempo en organizarnos (tarea que no es moco de pavo) Paco Gallardo, José Luis Jiménez y Félix Rubio, y a todos con los que he compartido entrenamiento, madrugones, viajes (largos casi siempre), desayunos en las ventas del camino, pellizcos en el estómago cuando nos acercábamos a la ganadería, tentaderos, ayuda cuando las cosas no rodaban bien, alegría y entusiasmo compartido cuando sonaba la inspiración. Josés, Juanes, Pepes, Pacos, Curros (qué tendrá ese nombre en lo taurino que inspira tanto), Óscar, Tomás, Sebastián, Antonio, Enrique, Carlos, Ángel, Miguel, Arturo, Ismael (perdón si olvido alguno). Los antiguos que se fueron o cambiaron de cuadrilla, los que como yo continuaron en la misma, los que se incorporaron en el camino y los más recientes. Muy diferentes unos de otros, lo que, como en toda colectividad que comparte objetivos pero distintas visiones del proceder, fue origen de los habituales conflictos, pero que, precisamente por esa diferencia, he aprendido de todos y de cada uno y me siento enormemente enriquecido y mejor que antes de conocerles.


Al cumplir ahora la no por alta menos excitante edad de 70 años, consideré que, dado que mis facultades y mucha afición no suplen por si solas un limitado talento para superar con suficiente garantía las dificultades que a menudo se presentan delante del animal, consideré prudente dejarlo. No es que me asusten los porrazos ni los aterrizajes de los que hablaba al principio, simplemente me daría rabia que un inoportuno golpe truncara una vejez que quisiera plena (dentro de lo que cabe) de facultades físicas. Así se lo explique a mis compañeros por escrito, pero esa no era una forma torera de despedirse, por lo que acordamos que lo hiciera, como Dios manda, en un último tentadero. Fue el pasado 22 de septiembre en la ganadería de Gerardo Ortega, en Santa Olalla del Cala (Huelva). Fecha y sitio que quedarán marcados para siempre en mi corazón.

Lo que para mí sería una ocasión de mostrarles mi agradecimiento por los años compartidos y las experiencias vividas juntos, para ellos fue excusa para hacerme una demostración de cariño y afecto cuyo recuerdo es causa, y lo será mientras viva, de un hondo sentimiento de emoción. Todo transcurría como un tentadero más (rectifico, porque para un aficionado práctico cada tentadero es único, nunca uno más), con la diferencia de que yo iba invitado a participar en todas las vacas. Con Gerardo Ortega teníamos la garantía, gracias al celo y afición demostrados de este extraordinario ganadero, de que las reses siempre fueron buenas para nosotros, pero, por alguna razón del destino, esta vez fueron extraordinarias. Buena la primera, mejor aún la segunda y, sin lugar a dudas, la más brava y noble con la que he compartido espacio en una plaza de tientas la tercera, con la que tuve la suerte rematar (dejémoslo en por ahora) mi vida de aficionado práctico.


Finalmente, cuando llegó el momento de felicitarnos y hacernos la tradicional foto de grupo, recibo la sorpresa que, sin yo saberlo, me tenían preparada. Primero, con unas cariñosísimas palabras de Félix a las que pretendí responder sin éxito por culpa de un nudo que se me formó en la garganta, me dan una placa con mi fotografía y una leyenda que, lo aseguro, lucirá siempre en lugar preeminente de mi casa. Luego, el ritual de simular que me cortaban la coleta a cargo de Curro Fernández (siempre atento al consejo y a la corrección de mis no pocos defectos). Cuando en pleno estado de emoción pensaba que todo había terminado allí, me veo elevado a los hombros corpulentos de Ismael (quien ya antes del tentadero me mostró un emotivo gesto de aprecio -también lo guardo, “Villa”-) ayudado, por aquello del equilibrio, por Antonio Palomares y por Ángel Gil, dándome la vuelta al ruedo entre aplausos y con salida por la puerta grande de la plaza. No sé lo que sentirán los que lo han vivido en Las Ventas o en La Maestranza, pero lo mío fue de vértigo, y no solo por la estatura de quien me llevaba.

He intentado expresar mediante esta nota lo que siento acerca de esta AFICIÓN y de los AMIGOS con los que la comparto, que han dejado grabado en mí el recuerdo de grandes momentos de mi vida (todos los momentos han tenido su punto de grandeza). Son sentimientos que, sometidos al dictamen de la realidad, como decía al principio, resumo en solo tres palabras: «MARECIÓ LA PENA».