jueves, 16 de agosto de 2012

Cuando el redondel es infinito...


Cuando el redondel es infinito...

Por Paco Gallardo

…Y no existe enfermería. Así titula uno de sus grandes cuentos Luis Fernández Salcedo en su libro del Viejo Mayoral. Y así en el infinito y sin la existencia de enfermería, a pesar del botiquín que el previsor de Guadalupe siempre lleva, nos sentimos la tarde del 27 de julio en la campiña gaditana en un atardecer de magia. 


No hubo esta vez que lamentar, ningún contratiempo, y sí la valentía de los que una vez más demuestran que a los grandes, no se le va el valor por los agujeros de las cornadas, y aunque para nosotros, unos simples aficionados, esta frase pudiera quedar lejos, quizás rayando la osadía, yo creo que no lo es, si son volteretas y porrazos los que reciben aquellos que hace tiempo que empezaron a peinar canas o ya ni las peinas por portar brillante, su brillante  cabeza, ¿verdad Curro? Y esa es la primera lección aprendida.


Juan Guadalupe no sólo arreó con la muleta, cogió el capote para demostrar lo que ya hizo Belmonte, que teniendo valor y cabeza son las manos las que torea y se puso y el toro no lo quitó.

Juan sin pensamiento de quitarse


Nos soltó Gonzalo Domecq, por mano de su Mayoral, dos vacas. Dos contrapuntos de la fiesta. Una, la mulata, enclasada, noble, para artistas, que los había y muchos; y otra colorada,  enrazada y mansa, para sabios, muy valientes con las facultades afinadas, ese fue solo el Maestro. Los dos contrapuntos que quieren dividir a la fiesta excluyéndose, cuando son complementos necesarios. Enriquecedores, como la noche y el día de nuestras vidas

La Mulata, tan dulce como la caña de azúcar, y tan difícil de paladear. Aquí Antonio acierta con el reto



La enclasada primera, su entrega, su infinito viaje, su fijeza la demostró nada más tomar los vuelos del primer capotazo que en suerte a mi me tocó darle,-que bonito fue, el desearlo que te tocara y el temerlo a la par, sortear quien la paraba instante antes de soltarla, Oscar, Antonio Domínguez, y quien suscribe con tres palillos que marcaron la suerte, la suerte estaba en los medios, el palillo que fue el más corto-, como largas,  fijas, templadas, dulces como su mirada, eran sus arrancadas, a donde me llamas voy parecía decir, el Maestro la aprovechó como pupitre, y ella como eterna sonata de agua clara, nos regalaba su nobleza que era su tesoro, su grandeza. Pero que difícil era estar a su altura. 

Disfrutamos con las buenas maneras de Ramón Reyes, novillero de Chiclana




Para empezar, con el capote no estuve mal, o eso me dijeron mis compañeros, pero mis sensaciones al rematar fueron las mismas que cuando te sorprende por primera vez una bandada de perdigones, y en el gozo de cogerlos todos, te encuentras poco después que no has cazado ni un polluelo. Tan puro y tan bien quise cuajarla con el capote, que yo iba por delante, cuando la fijaba ya pensaba en el lance y cuando la lanceaba, soñaba con la media, y al final en nada me sentí, y en nada ponía el alma, fue bonito pero no fue bueno. Y cuando miré atrás el agua seguía su curso. Y yo vacío, sin nada, hasta sin capote, que me lo pisó de despacio que creía que podía rematarla. Me acordé de los versos de Jorge Manrique: “esos ríos que van al mar que es el morir”. y lo importante del presente, del instante, todo lo demás es cuento. Lección que ya se sabia, pero que de lo dicho al hecho, va mucho.

El toreo accesorio también cuenta: Bernardina del autor



Después la cuajó con la muleta Antonio Dominguez, con un toreo sólido, asentado, muy seguro y firme, a pesar de estar hablando de un aficionado. Esa es la impresión que su reposo a mi me dio. Solo que de vez en cuando como de manera inopinada, aparecía sorpresivamente, que su asentado edificar la faltase un pilar, pero de pronto el Maestro apuntillaba, recolocaba y nos habría los ojos a la luz,  nos hacia crecer a todos.

Tras Antonio salió “Er Pelos”, a Oscar, no sabemos que bicho le picaría, salió muy estimulado y anduvo a muy gran altura, no sólo la de su talla. Alternó momentos de gran lucidez con altibajos propios de quien rotula nuevos caminos, probó suertes no hechas antes. Muy embraguetado, no le importó que le levantaran los pies del suelo y volvió a rematar lo iniciado. Un gran peligro este Oscar si se decide a entrenar. Su gran autoexigencia no le dejó disfrutar de una serie que dio con mucha profundidad.

Oscar con la casta prendida en los vuelos y la firmeza en los pies y en el corazón


Curro es un diamante en bruto. Anda reencontrándose, pues brilló su estrella ya en tiempos pretéritos, llegó a estar encartelado en plazas importantes y con toreros que todos conocemos. Y ha vuelto y se busca, y el día que se encuentre que Dios nos pille confesado, haber quien le para.

El rutilante Curro, muy firme y seguro como siempre, hay mucho torero por descubrir)




José Luis se en encontró con dos vacas, la que paró y la que apareció tras las manos de Fernando. Se defendió con el capote con  gran pinturería que no es poco de las tarascadas de salida de la colorada, que le protestaba al dominarla y no solo con su arreones y parones, buscado y amagando, con su berreoncito al saberse burlada y vencida, ya con la capa. Lo repitió en el caballo.

Firmeza de planta de José Luis ante una vaca incierta ya de salida




 La primera serie de este artista de Chiclana fue de dominio y sin poder lucir su gracia no dejó de estar airoso. La coge Fernando y nos la “tunea”. Nos cambió la vaca. 

Y como San Francisco de asís habló al hermano lobo, Fernando con sus movimientos de muñeca le dijo:

¿ves la muleta?, pues ya no la ves, me ves a mí. 

¿Me ves a mí? Pues no, ya no me ves, ves la muleta. 

¿Qué quieres coger la muleta? Pues ahora no la coges

Y de pronto la vaca cambia, prestidigitación, maravilla de la magia, la ha cambiado, saca la raza el animal y solo quiere cogerla por derecho y por los vuelos, transmitiendo y protestando con su berreo pero con la ansia de su casta, la persigue con codicia, entregada, el ganadero le pide que pare que  “le voy a tener que subir a la vaca la nota Fernando” y ahora José Luís le cuaja un par de serie de toreo que todavía estará degustándose. 

Alquimia pura, Fernando tornando el plomo en oro




No duró mucho la bondad,  con los rescoldos de la encastada y engañada, no sabemos si por mol de la magia, resucitó Gallito en el cuerpo de Fernando y con el capote de seda, doblado sobre su brazo de látigo, nos brindó el toreo sobre las piernas y por la cara, ese que lo admiten toros que no se tragan derechazos o naturales, y los públicos lo sueñan, lleno de gracia, sabiduría, precisión milimétrica, de toques, de colocación, de Arte, de fuerza y de valor. Esa última lección delante de la vaca la disfrutamos todos, como todos en el camino de regreso, nos preguntábamos que si esta tarde alguien se había acordado que era eso de la crisis.