sábado, 4 de noviembre de 2017

EL MIEDO Y LA LIBERTAD


EL MIEDO Y LA LIBERTAD
Por Paco Gallardo


Saúl Jiménez Fortes en un grito de libertad



El miedo es la enfermedad más contagiosa.  El toreo entre lo apolíneo y lo dionisíaco es una compleja emoción. “El miedo embrutece y oprime” nos afirma el pensador italiano Cesare Pavese. Intima sensación de escalofríos, angustias, desgarramiento, el refrán nos dice que acrecienta el peligro, también que guarda la viña. Difícil equilibrio.



 La importancia del optimismo. Alcanzar la comodidad dentro del miedo. El propio Belmonte nos afirmaba que los días de corrida crece más la barba. Reconocerlo y conllevarlo: el previo al día de la corrida, antes de ella, el escénico en el túnel de cuadrillas ante un público que espera. Y después el desgarrador ante el toro. Del que sacar provecho, positivar energías de la gran agitación que produce.



Hemingway afirma que “valor es la gracia bajo presión”.  Ante el toro el miedo es una enfermedad mortal. Valor frente a miedo, inteligencia frente a fuerza, gracia frente a tragedia, torero frente a toro.



 El miedo lo ha de sentir también el público como parte del toreo.  Es la grandeza de la corrida de toros, la importancia del toro. La importancia de su bravura, de su poder y de su capacidad para poder vencer. El público es también protagonista en el toreo.



El conocimiento puede al miedo. Conocer al toro y conocer al miedo. Llegar a disfrutar ante la sensación de miedo porque se tiene el resorte para vencerlo. La voluntad de vencer. Gozar ante la posibilidad de apostar por del éxito y tener las capacidades técnicas y anímicas necesarias para ello sin tener la certeza de alcanzarlo. 



Lo contrario es la duda. Torero que duda, torero cogido, dice el adagio.  La duda en el torero no es solo un error, es una debilidad ante el toro. Decía el historiador Tito Livio, historiador romano  el miedo ve las cosas peor de lo que son”. Quien tiene miedo tiene todo el miedo. En este caso el toro no tendrá miedo.



Raúl Galindo nos dice que “la conducta del toro es un líquido que adopta la forma de la vasija que lo contiene, en este caso, el valor de su lidiador. Si la vasija es pequeña reboza toro, con los vasija grande acostumbra a sobrar torero”.



El desconocimiento del propio valor está dentro del laberinto subjetivo que es el miedo. Al toreo se llega por afición, mediante ella se alcanza el valor que quizás no se sabe que se tiene. Desde el conocimiento se puede resolver, una vez objetivado el problema, resolverlo. Afición para tener la voluntad de individualizar cada problema y resolverlo. El problema es un aspecto del toro, no la subjetivación que el miedo nos proporcione de él.



Es de toreros que te coja el toro. En caso que existiera la lidia segura, no es  de torero apostar por ella. Carecería de emoción. La apuesta es la esencia del toreo. La apuesta ante el vértigo de lo desconocido. Los ingredientes deben de ser los necesarios para poder emprender la empresa con éxito y a la par mantener el hilo de la fragilidad de un arte tan precario, tan volátil y efímero como es la propia vida.



Muchas veces es el miedo el medio de expresión, su superación palpable, desde la fragilidad, la inseguridad,  alcanzar con la voluntad y el gusto, el pellizco y la posibilidad de creación.  La relatividad del valor hace que la afición sea el arma principal para poder desarrollarlo. Nada más trasparente que un traje de luces.





Decía Antonio Ordóñez que para ser figura del toreo lo primero es saber dormir en un coche de cuadrilla. Es evidente su comentario al control del miedo. Saber vivir con el miedo, conocerlo y saberlo tratar. Belmonte nos lo refiere como un compañero en las tardes de corrida, que no falta a su cita.



La rapidez de movimientos, la hiperactividad, la agitación  es síntoma no ya de miedo, de pavor.  La templanza y el reposo acostumbran a ir juntos al valor, es desde la inteligencia, la concentración, la calma, el aplomo y la serenidad desde donde nace el análisis ajustado y acertado y eso lo permite la firmeza y la confianza, nunca, como hemos dicho, la duda. 



No se trata de defenderse ante el toro. Igual que llamar el  peligro para evitarlo, cuanto menos, es perder el tiempo, para torear es necesario desprenderse del instinto defensivo. Sin este abandono no existe el toreo. El toreo es el toreo bueno, lo otro es otra cosa. En este concepto el  toro no puede ser contemplado como un enemigo. Torear con el ajuste máximo y a la velocidad mínima que permita el toro, sin caer en la trampa de torear rápido por torear limpio.



Pavese nos dice que “el único modo de salvarse del abismo es mirarlo, y medirlo, y sondarlo y bajar a él” ese atrevimiento tiene correlación con la definición de Hegel “Esclavo es el que no se atreve a morir”. Espronceda en su canción del pirata se preguntaba "¿Qué es la vida? Si por perdida ya la di cuando el yugo del esclavo como un bravo sacudí."



El mayor instinto que podemos encontrarnos en la naturaleza es el de conservación de la vida. El valor es netamente humano. Es un producto de la inteligencia, es desde el conocimiento donde se plantea la acción. El toreo como expresión de una voluntad frente al mayor de los instintos es uno de los mayores actos de libertad que puede representar el ser humano enarbolando los valores que representa su existencia como tal.



El toreo como paradigma, como resorte de libertad y cenit de creatividad ante la parálisis total no del miedo, sino ante la presencia de la muerte, es modelo de virtud. Es un grito de autoafirmación frente a la naturaleza y ante la propia naturaleza del ser. Ese grito individual del torero es compartido por los que asisten y asienten en el rito de la corrida.  Su desafío es el desafío de la humanidad ante el abismo y ante los miedos de su existencia. El toreo es un referente antropológico y actual del ser humano sin parangón.



Existen la ayudas al valor, decía Domingo Ortega que quien fuera capaz de entrenar bien sería valiente. Ayudas al valor. Pero eso sería otro camino.