Algunos Toros no tienen
que ser elefantes
Por Paco Gallardo
Emilio en la profunda soleá trianera
Me contaron una pequeña historia de un concurso de conejos.
Diferentes personas presentaban un conejo y el más grande ganaba. Cuando ya era
imposible aportar uno más grande por no existir en la naturaleza, aparece el
concursante que iba a ganar: llevaba en su remolque un elefante todo
aplastadito, atado y con cara de bueno. Cuando los demás participantes y
espectadores le corrigen al atrevido: ¡No es un concurso de elefantes, es un
concurso de conejos! Quién contesta inopinadamente es el pobre elefante con
tono de súplica: ¡Por favor no me peguen más, yo soy un conejo, no un elefante!
Vive una ilusión, lleva tres días padreando por primera vez
Eso parece decirnos, desde el campo bravo, viendo que ya no
existen sus vacas o que las cubre el toro de carne: Yo no soy un elefante, yo
soy un Toro Bravo.
Aún existe en el campo. Paciente y costosamente, sigue
esperando una reorganización lógica
aplicada a la fiesta. Un toro muy difícil de lidiar en plazas de primera, por su
tamaño y por sus pitones, sacarlo de ese chasis, es condenarlo y condenarnos a
lo que no debería de ser. Un toro complicado para los toreros que no son tan
buenos. Un toro que necesita que le puedan, que le enseñen, que les consientan, que lo lidien, que
lo entiendan, para por mol de Villamarta, nos dé esas embestidas humilladas,
profundas, entregadas en los vuelos, desde como un matemático diría, desde el menos infinito, y esperando que tiren
de ellas hasta donde sea capaz el torero. Muchos le llamaron el tranco de más.
Un toro bueno para los toreros buenos, eso lo hermana con Saltillo su sangre le viene de Villamarta.
Torear
Hoy vivimos muy metidos en las apariencias. No solo en la
fachada, un toro grande nos parece que
es más toro, como si fuera un coche o al peso. Hemos evolucionado el concepto de las apariencias también en las
embestidas. Una embestida que se va, mejor que viene; es más fácil desprenderse de ella, especialmente a los toreros que le quema el toro que se mueve en las
cercanías. Pero a nosotros que las vemos de lejos, nos parecen por veloces y violentas que son
las que valen en una emotividad de compañía de barra o de saludo de whatsapp.
Esas embestidas alegres que son acompañadas, sin molestar, no se torean. Son
los que hoy llamamos amigos pero no te atreves a molestar y por supuesto, ellos
a ti tampoco. Eso no es la amistad ni esto el toreo. Esas embestidas, esas relaciones son más
rápidas pero no más profundas e importantes para el toro, para el torero y para
hacer el toreo, que aquí es de lo que se trata.
Tirar del toro, despacito
y cerca, está relacionado con ello. Con torear. Traerlo enganchado y llevarlo
cerca y despacio. Ni más, ni menos. Lo otro, es acompañarlo, eso sí, sin
molestar, sin compromiso, por donde se quiere marchar y además con una falsa
alegría que no es acometida, no es compromiso,
y ni mucho menos bravura, sino alegre huida, del que con prisas no se
quiere involucrar, casi como nos pasa a muchos con las cosas que hacemos mal.
Todos estos matices, un público observador más allá de las meras formas lo ha
observado. Actualmente, quizás la falta de emoción nos haga estar pensando en
otras cosas y no nos interese en una tarde de toros estos ricos detalles que
hacen sublime la corrida de toros, la lidia de un toro. No lo sé.
Con la nobleza de su linaje se pregunta Alpargatera...
Pero el que tiene
todos estos matices, toda esta tauromaquia,
y ahora, para que paran en otoño, le toca padrear a sus vacas. Le toca
crear el toro del 2019, no sabe si es mejor el charoles o el retinto. O esperar
en el milagro que confirma que las esencia está en pequeños frascos y que un
toro, algunos toros son buenos sin tener que que ser
elefantes.